Meterme en el mar, primero hasta las rodillas y después hasta el cuello, no fue una experiencia sobrecogedora ni fascinante. Me quedé igual, como si nada, mirando el horizonte con una cierta desilusión que me hundió en una tristeza de la que no supe cómo escapar. Extrañé mis gramos de cocaína o mis porros que hubieran transformado ese fracaso en un instante rebosante de satisfacción