Este sentimiento, no solo ha construido, como un sabio arquitecto, la augusta fábrica de los Estados, sino que, como celoso propietario se ha dedicado a preservar su estructura de la profanación y la ruina, considerándola un templo sagrado que conviene mantener desinfectado de todas las impurezas del fraude, la violencia, la injusticia y la tiranía, y consagrado solemnemente y para siempre a nuestra comunidad política y a todos los que desempeñan algún cargo en ella.