La realidad física parece retroceder en proporción a los avances simbólicos de la actividad del ser humano. En vez de tratar las cosas en sí mismas, el hombre está, en cierto sentido, en constante conversación consigo mismo. Se ha enfrascado tanto en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos mitológicos y ritos religiosos, que ya no puede ver o enterarse de nada, excepto mediante la interposición de un medio artificial.[2]