Doña Graciela le sonreía y la monja, durante un segundo, sintió alivio, pero se fijó en el brillo rojo y malévolo que se desprendía de los ojos de la dueña de la tienda y entonces supo, ahora sí sin duda, qué estaba sucediendo. Supuso, muy dentro de sí, que debía alegrarse, finalmente era lo que había estado esperando, pero en la superficie de su mente se empezó a abrir paso un miedo como nunca había conocido.