Me di cuenta de que, pronunciada por sus labios, la palabra sonaba como un insulto. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Acaso mi capacidad para comunicarme con los invisibles, para mantener vivo el lazo con los desaparecidos, para cuidar y curar no era un don superior de la naturaleza que más bien debería inspirar respeto, admiración y agradecimiento? Por consiguiente, si aceptásemos llamar «brujas» a quienes poseen dicho don, ¿no deberíamos agasajarlas y rendirles pleitesía en lugar de temerlas