Gilbert Keith Chesterton

Era un hombre sincero, y, a pesar de sus gracias y aires superficiales, en el fondo era muy humilde. Y ya se sabe: los humildes siempre hablan mucho; los orgullosos se vigilan siempre de muy cerca.

Procedía de una familia de extravagantes, cuyos más antiguos miembros habían participado siempre de las opiniones más nuevas. Uno de sus tíos acostumbraba a salir a la calle sin sombrero, y el otro había fracasado en el intento de no llevar más que un sombrero por único vestido

Chesterton entendió el mundo como regalo, como una enorme caja de sorpresas en la que el milagro y el misterio podían llegar a ser acontecimientos cotidianos sin dejar por ello de ser acontecimientos prodigiosos.